domingo, 1 de diciembre de 2013

Ya está aquí.




Ya está aquí. He vuelto a sentir; o tendría que decir: no sentirlas. No sentir nada. Cuando corremos y lo que se siente es el aire en la cara, el frío, el sudor que resbala por la frente, en mi caso muy pronunciada. Oyes los coches, las charlas de los paseantes que adelantes, una moto que arranca, el respirar de otro corredor con el que te cruzas. Ves un cartón tirado en la acera, el niño que se suelta de la mano del padre, los abuelos que pasean, esa rama puñetera que no han podado, y que tanto afea el árbol. Vas corriendo y eres consciente de todo que te rodea. “Llevo buen ritmo, aunque no he mirado el cronómetro, lo se, lo siento. No necesito mirar el reloj. Sólo corro sin preocuparme del ritmo, ni del los tiempos, ni de la cantidad de vueltas a dar. ¿Para qué? Se que voy bien. Siento que voy bien.”

Ya está aquí. He vuelto a sentir que estoy corriendo. No tengo la impresión de estar haciendo  un deporte, o de entrenar para mejorar nada. No hace falta. Sencillamente corro a mi ritmo, a ese ritmo donde lo único que sientes es que vas rápido, que no sientes dolores, ni pinchazos, escozores, o molestias de ningún tipo. Si paras es porque quieres: has salida a correr doce kilómetros, no más. Paras y a casa, porque estaba programado así, pero podías estar “horas” así, corriendo.

Ya está aquí. He vuelto a “no” sentir dolor alguno. A estar pendiente de lo que me rodea sin ser consciente de molestia alguna. Es ese ritmo tan buscado en un maratón. Ritmo de crucero. Ir a piñón fijo durante… el tiempo que haga falta.

Ayer doce kilómetros en cincuenta y cuatro minutos. Sin dolor en las rodillas, ni molestias en el ligamento externo, ni escozor en la uña casi perdida del pie, ni en la lumbar, ni en la… “Que bonitos están dejando los árboles del barrio con la poda. Ese abuelo me señala cada vez que paso delante de él ¿Qué le estará diciendo al otro de mí? Mira que le está grande el kimono al chavalillo…”

Ya está aquí ese ritmo.

,,!,,


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