El
sábado pasado salí dispuesto a hacer doce kilómetros. Lo que solemos llamar,
cuando entrenamos, la “tirada larga” de
la semana. Aunque suene a poco, hoy por hoy, para mí, los doce kilómetro lo
son. El recorrido que suelo hacer para esas salidas, siempre que puedo, es por la costa. Salgo desde “Lo Cea”, en el
Rincón del la Victoria, en dirección hacia Torre del Mar. Dependiendo de la
distancia prevista doy la vuelta en: Benajarafe, doce kilómetros. Pasado dicho
pueblo, quince kilómetros. Veinte kilómetros hasta Valle Niza. Veinticinco si
llego a Almayate Bajo. O treinta hasta Torre del Mar. La distancia, por
supuesto, es sumando ida y vuelta.
Me
gusta este recorrido por ir siempre junto al mar. La brisa, y el sonido del mar
te acompaña todo el camino, es totalmente llano, y por ser un recorrido de ida
y vuelta, te obliga a realizarlo por completo, no hay más remedio que volver.
Cuando aprieto, generalmente a la vuelta, si me entra una “pájara”, ya no te
puedes parar para irte a casa; para hacerlo hay que desandar el camino,
lo que equivale, claro está, a seguir corriendo. El único pero del recorrido es
el viento que, por estar junto al mar, siempre sopla. Dependiendo de si es
poniente o levante, te ayuda cuando da de espaldas, y te frena al darte de
frente.
Pues
eso, que el sábado salí ha por doce kilómetros. A los dos kilómetros de carrera
me encontraba con muy buenas sensaciones,
llevaba un ritmito de cinco minutillos el kilómetro, cómodamente, casi sin
sentirlo. Sin molestia en rodillas o tobillos. Vamos, que iba sobrado, así que
decidí ampliar la salida hasta los siete kilómetros y medio, para completar
quince ida y vuelta. Pero, cuando di la vuelta, pasada la torre vigía de
Benajarafe, comprendí porqué iba tan sobrado. El viento me paró en seco. Esa
brisita que sentía tan agradable en la espalda a la ida, se convirtió en un
muro a la vuelta. El ritmo tuve que bajarlo a cinco y medio, o más en algunos
momentos. Las pulsaciones altas, y la respiración agitada me terminaron de
arreglar. Me costó dios y ayuda terminar. Lo que iba a ser un entrenamiento
moderadamente cómodo, y disfrutando del paisaje, se convirtió en un entro duro
en toda regla. Como los de antes de las lesiones. De los que se sufren. La verdad,
echaba en falta este tipo de salidas, y en el fondo, me gustó volver a sentir
esas sensaciones de sufrimiento.
Paco Fernandez entre dos Carlos |
Los
que habéis seguido alguna vez un entrenamiento exigente me comprendéis ¿verdad?
Me gustó, sentir otra vez esa mezcla de
sufrimiento, agonía, agobio. ¿Somos algo masoquistas? Creo que no. Lo
que pasa es que a los que nos gusta esto de correr tenemos algo de ¿locura?
Mi
amigo Paco Fernández, gran atleta y mejor persona (Paco Totalán, o, como me
gusta decirle: El señor de los Arroyos. Algún día contaré el porqué del
seudónimo), siempre termina las entradas, y epístolas, de su blog con esta
frase:
“Salud, kilómetros y un gramo de
locura”.
Quizás sea esa la pequeña
diferencia que nos distingue del resto de los mortales, un simple gramo… de
maravillosa locura.
Antonio somos unos privilegiados por vivir en una ciudad como Málaga. La zonas de la que comentas es muy añorada por mi, mis primeros treintas fueron en esa zona...gracias por mentarme y por tus palabras. Esa foto junto a los dos Carlos (grandes personas) me traen muy buenos recuerdos.
ResponderEliminarEl Señor de los Arroyos //..
Pues si, el correr por nuestro paseo maritimo, o por cualquier parte de nuestro litoral es una delicia. Yo siempre salgo a disfrutar, y todavía no comprendo muy bien el porqué de sufrir con la carrera. Cuando no se puede, pues se para y otro día será.
ResponderEliminarUn saludo, y a seguir con el blog. Me parece muy interesante.