Ha sido el día 4 de enero cuando he podido salir por primera
vez en este año a correr. No es que no tuviera ganas de hacerlo, son las
fiestas, el trabajo, los compromisos familiares, en definitiva difícil de poder
buscar un rato para correr.
La idea era trotar diez o doce kilómetros para no perder la,
poca, chispa que aún queda en las patitas; y como tenía pendiente una salida
con mi amigo Emilio, para ir a saludar a “la viea de la curva”, y a los perritos, claro; quedé
con él para subir por la Venta del Túnel.
Pablo y Emilio. |
A las cuatro y media de la tarde estábamos en la puerta del
pabellón de Ciudad Jardín, junto a su hijo Pablo, que nos acompañaría todo el
camino en bici; que por cierto, es todo un atleta ya. Pero los planes
cambiaron. Emilio tenía previsto hacer
una media maratón como entrenamiento, así que decidimos ir para el centro de la
ciudad por el carril bici, buscando el paseo marítimo, con la sana intención de darnos la vuelta en la
Malagueta, para completar: yo los doce kilómetros, y él seguir hasta hacer los
veintiuno…, por los cojones. Cuando
llegamos al centro soltó la pregunta: ¿Qué, nos volvemos ya, o te atreves a
seguir? “¿Qué, no hay güevos?”… Llegamos hasta la Térmica, junto al Martín
Carpena (once kilómetros), donde Pablo nos pasó un poco de agua para
refrescarnos; porque, pese a las fechas, hacía
calor para reventar. Un par de tragos, y sin más
preliminares, vuelta para los corrales. Veintiún kilómetros en una hora y
cuarenta y cinco minutos; el mismo tiempo que tenía previsto hacer en la media de Córdoba.
Y es que no hay nada como alguien que te “estimule” para dar
todo lo que llevas dentro, y para eso, Emilio, es único. Bueno, para eso, y para atraer a los perros.
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