Ya está aquí. He vuelto a sentir; o tendría que decir: no
sentirlas. No sentir nada. Cuando corremos y lo que se siente es el aire en la
cara, el frío, el sudor que resbala por la frente, en mi caso muy pronunciada.
Oyes los coches, las charlas de los paseantes que adelantes, una moto que
arranca, el respirar de otro corredor con el que te cruzas. Ves un cartón
tirado en la acera, el niño que se suelta de la mano del padre, los abuelos que
pasean, esa rama puñetera que no han podado, y que tanto afea el árbol. Vas
corriendo y eres consciente de todo que te rodea. “Llevo buen ritmo, aunque no
he mirado el cronómetro, lo se, lo siento. No necesito mirar el reloj. Sólo
corro sin preocuparme del ritmo, ni del los tiempos, ni de la cantidad de
vueltas a dar. ¿Para qué? Se que voy bien. Siento que voy bien.”
Ya está aquí. He vuelto a sentir que estoy corriendo. No tengo la
impresión de estar haciendo un deporte,
o de entrenar para mejorar nada. No hace falta. Sencillamente corro a mi ritmo,
a ese ritmo donde lo único que sientes es que vas rápido, que no sientes
dolores, ni pinchazos, escozores, o molestias de ningún tipo. Si paras es
porque quieres: has salida a correr doce kilómetros, no más. Paras y a casa,
porque estaba programado así, pero podías estar “horas” así, corriendo.
Ya está aquí. He vuelto a “no” sentir dolor alguno. A estar
pendiente de lo que me rodea sin ser consciente de molestia alguna. Es ese
ritmo tan buscado en un maratón. Ritmo de crucero. Ir a piñón fijo durante… el
tiempo que haga falta.
Ayer
doce kilómetros en cincuenta y cuatro minutos. Sin dolor en las rodillas, ni
molestias en el ligamento externo, ni escozor en la uña casi perdida del pie,
ni en la lumbar, ni en la… “Que bonitos están dejando los árboles del barrio
con la poda. Ese abuelo me señala cada vez que paso delante de él ¿Qué le
estará diciendo al otro de mí? Mira que le está grande el kimono al
chavalillo…”
Ya está aquí ese ritmo.
,,!,,
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