Amanece en la Judería. Algo de nubes, apenas siete
grados, y una brisa suave mantiene
limpio el aire de la mañana. Me dirijo junto a mis incondicionales hacia la
salida de la carrera. Como tengo entrada reservada en el cajón 4, por ser
federado, me entretengo calentando unos kilómetros antes de dirigirme a la
salida.
Vaya chasco: diez minutos antes de las 10:00, hora
prevista de salida de la carrera, me dirijo al “cajón 4”, ¡CERRADO! El “5”
también, y el “6”, y el “7”… total, que de
salir con doscientos o trescientos corredores delante, tuve que entrar por el final del todo y salir
con ocho mil “corredores” cerrando el paso. Fíjate tú para lo que me ha servido
estar federado. Tampoco es el fin del mundo. Total, tengo previsto hacer un
tiempo de 1:45; a poco que apriete a partir del kilómetro siete u ocho, creo,
lo tengo; Así que no me preocupo… en exceso.
Salida a la hora prevista. El planteamiento que me
hago en ese momento es hacer una carrera progresiva, así que me paso los
primeros kilómetro disfrutando del paisaje, los chascarrillos de los que tengo
alrededor, y esquivando a los que van “a terminarla”. En el kilómetro tres
consigo coger al globo que marca el ritmo de las dos horas, y puedo ya ir
marcando un ritmo de cinco minutos el
kilómetro, aunque a esa altura todavía tengo que ir esquivando al personal para
mantener el ritmo. Lo que no veo el globero que marca “1:50”. Tras el
avituallamiento que hay en el kilómetro cinco, veo a lo lejos el “globito” de
una hora y cincuenta, y acordándome de Chiquito del la Calzá: ¡Al ataqueeeel! A
esa altura de la carrera ya voy por debajo de cinco minutos el kilómetro, y
cómodo… (to be continue.)
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